VIAJE
VECTORIAL
Por: José María Ortega
Soy ave,
sobrevuelo el centro de Bogotá, viajo sobre la Plaza de Bolívar, es un día
oscuro, una brisa helada me golpea el rostro, se aproxima la lluvia. Planeo por
la carrera séptima hacia el norte. Abajo, sobre las calles, las hormigas
obreras que transitan esta ciudad entran y salen de sus hormigueros llevando la
muestra de su trabajo a la reina. Se dirigen de un lugar a otro con su actitud
autómata, rutinaria, repitiendo incesantemente las mismas tareas, siguiendo los
mismos caminos; deviniendo máquinas. Se hace visible su cansancio, el hastío de
una vida que nunca pensaron, reducida al trabajo y la producción para otros. Del
otro lado, frente a sus grandes edificios, edificios-colmena, se encuentran las
otras obreras, las abejas, sosteniendo la vida de su reina, suministrándole el
polen que mantiene con vida el motor que hace girar esta sociedad de consumo.
Desciendo sobre
la séptima con diecinueve. Ahora soy perro, vago por las calles y caen sobre mi
cuerpo las primeras gotas que descienden del cielo. Siento el desprecio y el
desdén a mi alrededor, no existo para aquel rebaño desorientado que busca a su
pastor. Rebaño dócil y sumiso que disfruta la vida gregaria, encerrado en su
corral y pastando de vez en cuando en los umbrales de éste.
Me deslizo hacia
la Caracas y doblo a la derecha buscando la calle veintidós. Hay una
transmutación en los habitantes de este sector, ya no son hormigas, tampoco
abejas; mucho menos rebaño. Ahora son felinos, gatos audaces, animales
hipnóticos que se desplazan de un lugar a otro asaltando a sus presas; aquellos
gorriones que son devorados entre las garras de éstos félidos. Esta especie
ronda sobre todo en las noches, a esas horas devoran con mayor gusto, rapidez y facilidad a sus presas que caen
indefensas en sus garras.
Atravieso el
barrio Santa Fe y me dirijo al Cementerio Central, allí los muertos me
recuerdan que no somos más que miasma y gusanos. Experimento un nuevo devenir, soy Hernán, “habitante
de la calle”, eufemismo que el Estado y la sociedad emplea para referirse a
aquellas y aquellos que han sido desplazados y marginados por la violencia, la
guerra y la muerte que aqueja al país. Estos habitantes son la escoria, la
vergüenza y los “desadaptados” de la sociedad, si tal palabra realmente
significa algo. No obstante, habitante de la calle a mí no me molesta porque
eso soy, habito las calles de esta ciudad, las navego, las problematizo,
las vivo y experimento; fundo las calles
de esta ciudad y las afirmo con mis incesantes recorridos; las aprehendo.
Soy náufrago
que resisto la Metrópoli en días y noches de tormenta, hago parte de esta
generación de neocínicos urbanos que viajan por los límites de la Gran Capital.
Me identifico con sus otros habitantes, somos multitud, potencia solidaria; por
eso devengo animal, soy ave, perro, felino; soy una multiplicidad. Soy
navegante del alba y el ocaso, devengo ciudad, calle, alcantarilla. Piloteo mi
propia nave, la dirijo a las fronteras y a los umbrales indeseados por la
colectividad. Soy Hernán, mi puerto de partida y de llegada es Bogotá.
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Escribe, narra, construye, ilustra la ciudad de Bogotá
(El anterior ejercicio de escritura corresponde a una de tantas formas de narrar la ciudad. Si te interesa narrar la ciudad, por medio de la escritura creativa, cuento y poesía o por medio del ensayo o crónicas e incluso imágenes; te invitamos a que las compartas con nosotros. Escríbenos a nodobogota@gmail.com y subiremos a nuestro blog tus historias sobre Bogotá. )
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