9.5.12

Bogotá Narrada


On the Road...in the Park–a–way
Por: Arnaldo Coimbra


Ella fingía mirar la vitrina de libros mientras esperaba la llamada de uno de sus amantes de turno. En realidad se miraba al espejo y acomodaba su escote y su peluca rubia. Le tenían sin cuidado los Baudelaire, Mallarmé y Valéry que colgaban del otro lado del vidrio, del otro lado del mundo. Le gustaba ponerse citas con desconocidos en el café-librería Maestra-Vida, en el sector más bohemio de la ciudad, el Park-a-Way. Una o dos veces por semana, iba a sentarse a las mesas azules y esperaba su turno. La conocí un lunes.

Esperaba a mi abogado y revisaba mi declaración de renta, mientras de fondo se escuchaba un viejo tema de Serrat, Vagabundear. La escuché hablar con tres hombres distintos por su celular y la vi escupir en el piso después de cada llamada. Se sentó de espaldas a mí y encendió un cigarrillo. En ese momento volteó su cara y me dijo su nombre, Violeta. Empezó a contarme su vida sin más, y antes de media hora ya sabía (casi) todo sobre ella: estaba casada por tercera vez, vivía al otro lado de Bogotá, trabajaba como enfermera en una oficina de pensionados de un Ministerio, tenía una hija de diecisiete años llamada Malena y le gustaba cocinar comida árabe los sábados y pensaba irse de viaje a Cuba apenas pudiera. Nunca había salido del país y tenía un gato llamado Polaco. No quiso saber nada de mí y se limitó a escribir un par de mensajes de texto, mientras yo le decía que acababa de divorciarme y que me fascinaría conocer Cuba. En esas estábamos cuando llegó mi abogado. Los dos se gustaron y se pusieron a conversar animadamente, como si fueran parte de un óleo de Courbet. Fui al baño para despejarme un poco y cuando volví ya no estaban. Me senté a esperarlos durante una hora hasta que me cansé y me puse a mirar libros. El primero que vi fue On the road de Jack Kerouac. Iba terminando la primera parte, cuando Pompilio me llamó. Sonaba agitado al otro lado de la línea y su voz estaba quebrada, como si no hubiera dormido durante tres días. Como si hubiera tomado Mezcal Los suicidas de contrabando. Me pidió dinero prestado y luego colgó. Me quedé un rato en silencio, observando una banda de gozques que acechaban febrilmente una vieja hembra en celo. Compré el libro de Kerouac y seguí leyéndolo en una de las bancas del Park-a-Way. Cuando la noche se me vino encima, le compré a un lotero un billete con el número mágico 2666. Al día siguiente Pompilio vino a verme y me trajo una ancheta (¡!). Me dijo que yo era su ángel guardián y me anunció su próximo matrimonio con Violeta. Le pregunté qué tanto sabía de ella y me respondió que eso no le importaba. Me dijo que se irían de viaje a Cuba al otro día y me informó que lo harían con el dinero que yo le prestaría. Lo hice solo para saber cómo terminaría esta historia. Al séptimo día volvió, -sin Violeta, pues ella se había quedado en la Isla, viviendo con un periodista alemán en el Hotel Excelsior- y me dijo que no podría pagarme la plata que le había prestado. No volví a saber de él. Casi un año después, volví a ver a Violeta, en el mismo café-librería de la primera vez. Casi no había cambiado, pero era evidente que ya no era la misma. No me reconoció y yo no quise abordarla. Se quedó toda la tarde leyendo a Baudelaire, Mallarmé y Valéry. La vi comprar On the road de Kerouac y salir ensimismada a leerlo en una de las sillas del Park-a-Way; miraba hacia un horizonte inalcanzable y sonreía. Yo me fui a mi casa a leer a Kennedy Toole. 

P.D Hace parte del libro de cuentos "Manuscrito hallado en el Park-a-way"... todas las historias transitan allí.

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