2.4.12

Bogotá Narrada



VIAJE VECTORIAL

Por: José María Ortega

   Soy ave, sobrevuelo el centro de Bogotá, viajo sobre la Plaza de Bolívar, es un día oscuro, una brisa helada me golpea el rostro, se aproxima la lluvia. Planeo por la carrera séptima hacia el norte. Abajo, sobre las calles, las hormigas obreras que transitan esta ciudad entran y salen de sus hormigueros llevando la muestra de su trabajo a la reina. Se dirigen de un lugar a otro con su actitud autómata, rutinaria, repitiendo incesantemente las mismas tareas, siguiendo los mismos caminos; deviniendo máquinas. Se hace visible su cansancio, el hastío de una vida que nunca pensaron, reducida al trabajo y la producción para otros. Del otro lado, frente a sus grandes edificios, edificios-colmena, se encuentran las otras obreras, las abejas, sosteniendo la vida de su reina, suministrándole el polen que mantiene con vida el motor que hace girar esta sociedad de consumo.

   Desciendo sobre la séptima con diecinueve. Ahora soy perro, vago por las calles y caen sobre mi cuerpo las primeras gotas que descienden del cielo. Siento el desprecio y el desdén a mi alrededor, no existo para aquel rebaño desorientado que busca a su pastor. Rebaño dócil y sumiso que disfruta la vida gregaria, encerrado en su corral y pastando de vez en cuando en los umbrales de éste.

   Me deslizo hacia la Caracas y doblo a la derecha buscando la calle veintidós. Hay una transmutación en los habitantes de este sector, ya no son hormigas, tampoco abejas; mucho menos rebaño. Ahora son felinos, gatos audaces, animales hipnóticos que se desplazan de un lugar a otro asaltando a sus presas; aquellos gorriones que son devorados entre las garras de éstos félidos. Esta especie ronda sobre todo en las noches, a esas horas devoran con mayor gusto,  rapidez y facilidad a sus presas que caen indefensas en sus garras.

   Atravieso el barrio Santa Fe y me dirijo al Cementerio Central, allí los muertos me recuerdan que no somos más que miasma y gusanos. Experimento un  nuevo devenir, soy Hernán, habitante de la calle”, eufemismo que el Estado y la sociedad emplea para referirse a aquellas y aquellos que han sido desplazados y marginados por la violencia, la guerra y la muerte que aqueja al país. Estos habitantes son la escoria, la vergüenza y los desadaptados” de la sociedad, si tal palabra realmente significa algo. No obstante, habitante de la calle a mí no me molesta porque eso soy, habito las calles de esta ciudad, las navego, las problematizo, las  vivo y experimento; fundo las calles de esta ciudad y las afirmo con mis incesantes recorridos; las aprehendo.

   Soy náufrago que resisto la Metrópoli en días y noches de tormenta, hago parte de esta generación de neocínicos urbanos que viajan por los límites de la Gran Capital. Me identifico con sus otros habitantes, somos multitud, potencia solidaria; por eso devengo animal, soy ave, perro, felino; soy una multiplicidad. Soy navegante del alba y el ocaso, devengo ciudad, calle, alcantarilla. Piloteo mi propia nave, la dirijo a las fronteras y a los umbrales indeseados por la colectividad. Soy Hernán, mi puerto de partida y de llegada es Bogotá. 

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Escribe, narra, construye,  ilustra la ciudad de Bogotá

(El anterior ejercicio de escritura corresponde a una de tantas formas de narrar la ciudad. Si te interesa narrar la ciudad, por medio de la escritura creativa, cuento y poesía o por medio del ensayo o crónicas e incluso imágenes; te invitamos a que las compartas con nosotros. Escríbenos a nodobogota@gmail.com  y subiremos a nuestro blog tus historias sobre Bogotá.  )



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